lunes, 17 de agosto de 2015

 
EL AUTOR es periodista, director de ALMOMENTO.NET
PUBLICADO EN EL ALMOMENTO.NET

OPINION – Reorganizar el Estado haitiano: la única solución

Exponer públicamente las causas que han llevado a Haití a un colapso,  es llover sobre mojado.  Quien mejor lo ha hecho es el ex presidente de Uruguay, Julio María Sanguinetti, en un artículo que escribió para el periódico El País, de España, en el que señaló:  La triste realidad es que Haití ha vivido de desastre en desastre y no ha sido solamente el terremoto lo que lo ha devastado. Siguen siéndolo la incuria administrativa, la inestabilidad política y la corrupción”. 
También es reiterativo decir que República Dominicana es víctima de presión internacional para que cargue por sí sola las consecuencias de los males que, a lo largo de su historia, han afectado a su vecino. Esto lo ha expuesto el Gobierno Dominicano en múltiples escenarios internacionales y, lamentablemente, le han hecho poco caso.
Sería también redundante analizar los pro y contra del Plan Nacional de Regularización de Extranjeros que ejecuta la República Dominicana dirigido a controlar la inmigración ilegal.  Entiendo que por más que nos esforcemos en explicar los pormenores de este programa y en resaltar el derecho de los dominicanos a establecer sus propias leyes migratorias, nunca obtendremos un apoyo unánime de la comunidad internacional, la cual siempre se mantendrá recelosa.
No soy pesimista, pero considero que si bien es cierto que el Plan de Regularización es un buen instrumento que debe ser respaldado por todos los buenos dominicanos, NO ES NI SERÁ LA SOLUCIÓN AL CRECIENTE PROBLEMA DE LA INMIGRACIÓN ILEGAL.   Es más bien un “calmante”, o lo que es lo mismo, una aspirina para un paciente que está aquejado de una  enfermedad crónica.   Es posible que se “regularicen”  doscientos mil, trescientos mil o más, pero aún así otros volverán,  y en seis meses o menos  tendremos el mismo problema de  haitianos deambulando por nuestros campos y ciudades.  Esto así, porque los males económicos y sociales de Haití seguirán agravándose, y sus moradores no tendrán otra salida que emigrar hacia la República Dominicana a través de una “inexistente” frontera, o dirigirse en yola hacia islas del Caribe o a algún país americano.
Un GRAN PROBLEMA QUE NO HA SIDO TOMADO EN CUENTA por el Gobierno Dominicano ni por organismos internacionales es que en Haití la mayoría de la población NO TIENE acta de nacimiento y mucho menos cédula.  Aunque Usted no lo crea, millares de haitianos, aunque están vivos, en la práctica no lo están debido a que no poseen documentos de identidad (no son “de aquí ni son de allá”).  (Se me ocurre pensar que los verdaderos apátridas no están en la República Dominicana sino en el propio Haití) y esto constituye una gran violación a los derechos humanos.
Una pregunta obligada es:  ¿cómo puede exigírsele al Gobierno de Michel Martelli que entregue documentos a haitianos que viven ilegalmente en la República Dominicana, cuando en Haití los propios moradores carecen de ellos?.    En estas circunstancias no hay que ser un sabio para concluir en que el PLAN DE REGULARIZACIÓN, SERÁ UN ROTUNDO FRACASO EN LO QUE RESPECTA A LOS HAITIANOS.
Entiendo que como la República Dominicana es la más afectada por el problema haitiano, debería cambiar su estrategia internacional:  en vez de canalizar tantos recursos para convencer a organismos y gobiernos sobre las “bondades” de su Plan de Regularización, debería concentrar su artillería en la meta de lograr que las grandes potencias, entidades y personas que ahora emiten pronunciamientos a favor de Haití, se incorporen a la titánica tarea de ayudar a que este país, por primera vez en su historia, tenga instituciones fuertes. 
El primer paso en este sentido necesariamente debería ser OBLIGAR A QUE LOS HAITIANOS TENGAN UN REGISTRO CIVIL en el que estén inscritos los  nacimientos, la filiación, el nombre y apellido, el nombre y apellido de las personas, los fallecimientos reales o presuntos, los matrimonios, las guardas, la patria potestad, las emancipaciones, las nacionalizaciones y los profesionales en distintas áreas.   Sin este registro nunca los haitianos podrán progresar,  pues ahora no pueden realizar ningún tipo de operación y mucho menos elegir debidamente a sus autoridades o ser beneficiarios de ningún programa social
Posteriormente hay que embarcarse en la tarea de REORGANIZAR EL ESTADO en toda su extensión, partiendo desde cero. Es imprescindible que Haití cuente con  instituciones sólidas, pues las que existen son desorganizadas y endebles.
Mientras no haya Estado y sus instituciones estén débiles, nunca este país podrá superar los cuadros de pobreza que presenta . Y, en consecuencia, nunca podrá ser detenida la emigración ilegal hacia la República Dominicana, Bahamas, Estados Unidos, Brasil y otros países.

Ex presidente Sanguinetti hace cálida defensa de la R.Dominicana; ve Haití ha vivido “de desastre en desastre”

SANTO DOMINGO.- El ex presidente de Uruguay,  Julio María Sanguinetti, hizo una encendida defensa de la República Dominicana señalando, entre otras cosas, que este país caribeño no puede resolver por sí solo el problema de Haití, ya que no tiene “el PIB de Suecia”.
Sanguinetti, quien gobernó Uruguay en dos oportunidades (1985-1990 y 1994-2000), escribió en el periódico El País, de España, un artículo en el que  indica que a nivel internacional no puede admitirse que “Haití, escudado en su pobreza, se arrogue el derecho de lanzar a miles de sus ciudadanos por encima de sus fronteras y luego exigirle a su vecino que se haga cargo”.
“La triste realidad es que Haití ha vivido de desastre en desastre y no ha sido solamente el terremoto lo que lo ha devastado. Siguen siéndolo la incuria administrativa, la inestabilidad política y la corrupción”, expresa.
Agrega que los hechos, además, desmienten que en la República Dominicana haya 200.000 personas en situación de apátridas, en riesgo de ser expulsados.
El artículo
El texto del artículo del ex presidente Sanguinetti es el siguiente:

Una isla, dos historias

 Dice Juan Bosch que por su posición geográfica, el mar Caribe fue desde siempre la frontera de los imperios y que ninguno faltó a la cita a lo largo de 500 años. Solo así puede entenderse lo que ocurre en La Española, aquella isla a la que llegó Colón en su primer viaje y cuyo territorio hoy ocupan dos repúblicas independientes. La Dominicana, con 48.000 kilómetros cuadrados de territorio, y Haití, con 27.000. Ambos con población parecida, alrededor de 10 millones cada una. Su historia, sin embargo, ha sido tan distinta que unos hablan francés y otros, castellano; de un lado predomina la raza negra y, del otro, el mestizaje; hasta en la práctica religiosa media la profunda diferencia de que sobre la matriz católica de ambos en Haití se superpone el vudú, un culto mágico y animista de origen africano. Es más, Haití fue el primer Estado independiente de América Latina y dominó toda la isla, pues su inicial revolución, inspirada en la francesa, conquistó el sector español de ella.
Ambos han vivido una historia llena de terribles tragedias y fascinantes leyendas, pero mientras la República Dominicana alcanza un PIB per capita de 10.000 dólares, el Haití moderno apenas llega a 1.300. Es natural, entonces, que la tentación de la población haitiana pobre desborde la frontera y le cree, a Dominicana, un desafío de integración complejo y acuciante, que por estos días está al rojo vivo.
El tema es que el 8% de la población dominicana es extranjera, o sea, unas 800.000 personas, en números redondos, la mayoría en una situación de precariedad jurídica. En tal virtud se dictó la ley 169/14, que regularizó a 55.000 personas, hijos de padres extranjeros pero con algún documento dominicano de residencia, y a y 9.000 que no contaban con ninguna documentación. Luego de un intenso diálogo, un nuevo esfuerzo dominicano fue el Plan Nacional de Regularización, que el 17 de junio acaba de culminar su plazo de inscripción de 18 meses, durante el cual no se aplicó ninguna medida de deportación a inmigrantes irregulares. Allí quedaron regularizadas nada menos que 288.000 personas.
Pese a estos avances, se ha desatado una campaña que denuncia la existencia de 200.000 personas en situación de apátridas, en riesgo de ser expulsados. Una somera información desmiente esa realidad porque 105.000 de ellas tienen un padre o una madre dominicano, con lo que pueden alcanzar la ciudadanía dominicana. El resto son hijos de ambos padres extranjeros, pero no por ello son apátridas, ya que se supone que poseen la nacionalidad de origen. Y allí está la semilla del mal, pues —como lo ha dicho el hasta hace poco el embajador haitiano en Santo Domingo, Daniel Supplice, hoy cesado— su país, “desde hace 211 años, no ha sido capaz de entregarle a nuestros ciudadanos un acta de nacimiento que pruebe que ellos existen”.
Más allá de los números, hay una realidad humana muy dramática que nadie puede desconocer. A todos nos mueve la solidaridad con Haití, pero está claro que la República Dominicana, que no tiene el PIB de Suecia, no puede resolver esa situación en solitario. No obstante, no solo ha regularizado a la mayoría de los inmigrantes sino que hay más de 30.000 estudiantes haitianos en las escuelas dominicanas y más de 20.000 en el ámbito universitario, incluyendo la pionera Universidad Autónoma de Santo Domingo, fundada en 1538, que se disputa con la de Lima el decanato de las universidades latinoamericanas.
La triste realidad es que Haití ha vivido de desastre en desastre y no ha sido solamente el terremoto lo que lo ha devastado. Siguen siéndolo la incuria administrativa, la inestabilidad política y la corrupción. La República Dominicana también ha sufrido una fuerte emigración, producto de sus propias carencias, y soportó dictaduras tan sangrientas como la que Vargas Llosa describe en La fiesta delChivo. La diferencia está en que ha sabido superarse. Los tres Gobiernos de Leonel Fernández, hoy continuados por el de Danilo Medina, han sido ejemplares en la madurez democrática, su inclinación al diálogo constructivo y su visión progresista.
En vez de apostrofar, entonces, bien valdría que todo el esfuerzo internacional se aplicara a lograr que Haití cuidara mejor a su gente y pudiera continuarse el diálogo que permitió tantos avances. Lo que no puede admitirse es que Haití, escudado en su pobreza, se arrogue el derecho de lanzar a miles de sus ciudadanos por encima de sus fronteras y luego exigirle a su vecino que se haga cargo.