miércoles, 23 de noviembre de 2011

Corrupción y sistema politico

4 Mayo 2011, 10:40 PM

En la corrupción hay una concepción patrimonial del Estado

Escrito por: ANDRES L. MATEO


En la Cuba anterior a Fidel Castro había un presidente cínico que cuando la corrupción se desbordaba y lo estaba ahogando, gritaba a voz en cuello: “el Tiburón se baña pero salpica”.

¿Qué quería decir ese Presidente ingenioso en esa Cuba tumultuosa, que vio irse a la bolina grandes esfuerzos de institucionalización?

Lo que ese León afeitado quería significar es que la corrupción es un sistema en el cual la sociedad se convierte en una amplia red de pequeñas y grandes complicidades. Si los poderosos roban (él, el Presidente ingenioso), eso abre las compuertas de un cierto mecanismo redistributivo, que permite a funcionarios medios y pequeños apropiarse de un porcentaje de la riqueza social. En la corrupción como sistema hay una concepción patrimonial del Estado, al que se objetiva como botín de guerra propiedad del partido o grupo que detenta el poder. Concepción patrimonial y corrupción brotaron ambas en el mismo árbol, y son episodios tan recurrentes en la vida institucional de nuestros países, que el sentido común ha terminado por coexistir con ellas como algo natural. Hace poco tiempo, en el Gobierno de la mañana, José la Luz, publicista del oficialismo, teorizaba justificando la corrupción como “necesaria” para el desarrollo (“El tiburón se baña pero salpica”).

Pero no hay más que mirar toda la baratija anecdótica de la vida republicana dominicana, entretejida de numerosos agravios y sinsabores, para percatarse de que, en rigor, nunca ha existido una separación de la hacienda pública y los bienes de los caudillos de turno. Se puede afirmar que toda la movilidad social de la primera y la segunda república descansaba en las confrontaciones de los grupos políticos, que perseguían el usufructo del poder con la ideología patrimonialista del Estado. Obtener el poder político era sinónimo de enriquecimiento. Si las ciencias sociales dominicanas fueran atrevidas, y se profundizara en una arqueología de las fortunas tradicionales, se vería, sin dudas, la relación entre acumulación originaria y los procesos políticos y sociales de esos períodos. En otras oportunidades he escrito sobre el tema, pero el fenómeno actual de la corrupción, y las modificaciones que ha introducido en las relaciones de fuerza de la sociedad dominicana, obligan a replantearse la composición social de las relaciones de fuerza en el país.

Lo que asombra verdaderamente es la visión y la práctica tan aldeana del Estado en pleno siglo XXI, porque esa ideología conchoprimesca subsiste íntegramente todavía. Lo que humilla es que la instrumentalización vulgar de la riqueza pública sirva para financiar canallas que se disfrazan de “líderes” con los fondos del erario, y cuyas fortunas obscenas se incrementan ante los ojos impotentes de la sociedad.

Si la corrupción es un sistema (“El tiburón se baña pero salpica”), es necesario quebrarle algunos de sus presupuestos ideológicos fundamentales, y la concepción patrimonial del Estado es uno de ellos. Es más, en los conflictos actuales que vive el país con el tema de la corrupción, lo que está predominando es esta ideología que arropa a casi todos los partidos. Porque la concepción patrimonial del Estado es corrupción en potencia. Si Trujillo hegemonizó en forma absoluta la vida nacional, fue porque la nación entera giraba alrededor de la estrategia de enriquecimiento personal del dictador y su grupo familiar. Es por eso que su dimensión alcanzó niveles sagrados, ya que su poder y riqueza eran proporcionales a la capacidad de producción de riquezas del país entero, y su figura llenaba esos signos de la dicha como si brotaran exclusivamente de su ser.

Es esa perversidad de la historia la que reproduce la corrupción en nuestro país: El Estado como patrimonio del partido, la riqueza social, colectiva, mágicamente fundida en el despliegue de bienes que ostentan personajes que apenas ayer eran pobres de solemnidad. La corrupción instalada como sistema, y vista como algo natural y propio de la naturaleza genética del dominicano.

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