Cualquier
ignorante o desprevenido que escuche el discurso de último momento del
presidente de la Alianza por la Democracia, Max Puig, y su corte, creería en
que aquí se incuba una réplica a la dominicana de Fidel Castro o de Hugo
Chávez.
El
sociólogo y político formado en la Universidad Autónoma de Santo Domingo y
Francia, en las postrimerías de su carrera se esfuerza de manera desesperada
porque la población le vea a través de los medios como un radical antipoder y
antisistema, crítico mordaz de la corrupción y de las señales imprecisas para
combatirla que, para él, da su ex protector el Presidente Leonel Fernández.
Desde
lejos se nota su interés por ahogar en el mar del olvido que él y su minúscula
organización han sido usufructuarios de primer orden del gran pudín de los tres
períodos gubernamentales del Partido de la Liberación Dominicana y aliados.
Todo
había sido amor del negrito, desde el dominio absoluto de la importantísima y
bien patrocinada Comisión de Reforma y Modernización del Estado, a principio
del cuatrienio 1996-2000, pasando por la envidiable Oficina del Ordenador
Nacional para las Fondos Europeos de Desarrollo, hasta los ministerios de Medio
Ambiente y de Trabajo, de donde ha salido al echarse las palomas para proponer
transformaciones profundas al sistema.
Ni hablar
de las gestiones de empleos para correligionarios en otras instituciones del
tren estatal. Puig parece copiar al dedillo lo que escribió Gustavo Le Bon, en
Psicología de las Multitudes, 1992, cuando analizaba el fenómeno de la opinión
pública en Sócrates, Napoleón, Juana de Arco y en la actualidad: “Lo que
impresiona la imaginación popular no son los hechos, sino la manera de
representarlos… Es preciso presentar las cosas en bloque, sin indicar su
génesis”.
Jesús
Pavlo Tenorio cita al gran corzo y “psicólogo de las multitudes”, Napoleón,
cuando hablaba al Consejo de Estado en París: “Haciéndome católico es como he
terminado la guerra de la Vendée; haciéndome musulmán, me establecí en Egipto,
y, haciéndome ultramontano, gané al clero en Italia. Si gobernase un pueblo
judío, reedificaría el templo de Salomón”.
Doce
años después de la alianza con el oficialista Partido de la Liberación
Dominicana, cuando casi empalaga el olor a las elecciones presidenciales del 20
de mayo, Puig ha descubierto que urgen cambios políticos y económicos
estructurales.
¡Espectacular
su pragmatismo! Solo que con su salto caería al vacío si lo traiciona la
percepción y cree que la magnitud de su organización equivale a los 80 mil
votos obtenidos en 2008 en su condición de aliado. O si le ha fallado el
cálculo sobre las probabilidades del Gobierno de reponerse del desgaste y de
los desaciertos, y ganar el próximo certamen electoral.
Es
probable que no yerren quienes consideran que tal abultamiento tuvo su origen
en la supuesta estrategia peledeísta de aglutinar en aliados a votantes
molestos con las ejecutorias del gobierno, y en la trama de la misma APD de
llamar a votar por ella en tanto daba igual para los resultados finales,
práctica manida en los partidos pequeños.
El ex
senador por Puerto Plata ha demostrado entretanto –tal vez sin planificarlo– lo
provechoso que es ir detrás del trono, pues, para comenzar, queda libre de
azotes sociales y mediáticos. Y termina como santo.
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